miércoles, 26 de marzo de 2014

Sonar a tristeza

NOTA: tras unos meses sin escribir, vuelvo a ello con ganas.

Y entonces,
tras leer a los clásicos,
a los grandes
e iconoclastas,
los quemé.
Y decidí
despojar
las estanterías
de Poemas de amor
y  Canciones desesperadas,
de Romanceros gitanos
e Hijos de la Ira,
de Salinas y Quevedos,
de Esproncedas y Bukowskis,
y habité en el vacío
que dejan los versos
y las despedidas.
Y busqué un espacio
no habitado.
Forjé una armadura
hecha de nada,
un sueño
de barro
y cartón,
y quise aprender
de unos labios
la palabra
Revolución
y la palabra
Libertad.

Y en tus ojos
busqué
orgasmos
de leviatán
y encontré
el miedo
de los poetas
a no sonar
a tristeza
y soledad.
Entonces,
empecé
a escribir
risas
en los bares
y en los
vagones del metro.
Risas con beso
Risas con piedra
Risas con odio
y amor.
Y empecé
a vivir
a ras de la vida.
Cambié
asceta
por
haragán,
y agua limpia
por cazalla.
Y las nubes
por el asfalto
desde donde oler
el mundo.
Y aquel
"Te quiero
cuando estás
como ausente",
lo transformé en
"Te quiero
cuando estás
hijaputa".
Convertí
la escritura
en un acto de 
desprecio
hacia lo
real,
y liberé
a las
oscuras golondrinas
de su regreso eterno.
Y me quedé
con los locos,
con las putas,
con los borrachos,
con aquellos
que no cabían
en los libros.

Y preferí
a la musa
que odiaba
las primaveras
y arañaba
los cielos
con su falda,
siempre
demasiado
corta,
pero
nunca
demasiado
obvia.
La musa
demasiado
libre
para ser fiel
y demasiado
enamorada
para estar
conmigo.
La musa
del prozac
y las tardes
grises,
del lorazepam
y los abrazos rotos.

Confieso
que no
es fácil
vivir así,
tan a ras
de la vida,
tan en contra
de todo,
pero es
la única forma
que conozco
de escribir
y de amar.
Unos me
quieren,
la mayoría
me odia
o les importo
una mierda,
pero esa
no es
la cuestión.
La cuestión es
que he perdido
el miedo
a no sonar
a tristeza,
a no ser
uno más
entre la multitud.
Porque ahora
sólo yo
soy dueño
de mi propia
caída.

(26-III-14)