sábado, 11 de enero de 2014

Mi Diosa

Glorifico
a la mujer
hasta el punto
de temerla.
Tal vez por eso
pierdo
tanto
el tiempo
rezando
en vez de
desnudándote.

Con el tiempo
puede
que te vea
como a una
persona,
y no
como a una
especie de Dalila
que sólo espera
que duerma,
pero ahora...
ahora eres
la jodida costilla
que me falta,
los dos dedos
de frente
que me quedan
y mi última
media neurona.

¿Quién me mandaría
mirarte a los ojos
si tus pechos
son más grandes?
¿Por qué razón
no puedo sentir
más
que unas estúpidas
ganas
de besarte
bajo estrellas distantes,
ante dioses que miran?

Soy consciente
de mis carencias
como amante,
de mi tendencia
a la autodestrucción
por medio de la poesía,
de que necesito
una maldita razón
hasta para
limpiarme el culo,
pero no es 
como para que ahora
me dé por
rezar a amores imposibles,
a intentar seducir
con palabras
que no aparecen
en los libros.

No sé,
me parece impropio
de un ateo convencido
como yo
el amor adoctrinado
al que me empuja
el corazón,
yo, 
me prometí
no creer en nada
que no me quitara
el hambre.

Te quiero tanto
por miedo a perderte,
por temor
a que algún día
pueda dejar de quererte.

Supongo que Adán
lo tuvo igual de jodido
para intentar
no morder la manzana,
pero si tú vinieras
como dios te trajo al mundo,
¿acaso yo
no la mordería
mientras me sonríes
y asesinas?

Es extraño
cómo los sentimientos,
al igual que las religiones,
pueden llevar a algunos
a morir
o matar,
o a mí a sentirme
indefenso
bajo tu mirada.

Será que el único Dios
en el que creo
es en el que 
lleva tus ojos,
o que el
Espíritu Santo
en forma de paloma
defecó en mi corazón.

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