miércoles, 7 de agosto de 2013

Tribulaciones y vicisitudes de un matrimonio kantiano (Relato en clave de humor)

“Nunca discutas con un idiota.La gente podría no notar la diferencia”
Immanuel Kant.

“Con el poder viene la responsabilidad”
Immanuel Kant tras leer un comic de Spiderman.


Les contare un caso que tuvo excepcional resonancia en los conciábulos intelectuales americanos durante varios meses, debido en parte a que el ilustre filósofo Martin Kappfravokinsky (cuyo apellido es más que apto para ser incluido  en los libros de texto) hablaba a grito pelado debido a un problema auditivo congénito que arrastraba desde que tuvo la rara desgracia de tener abuela (hecho del todo extraño entre los filósofos, los doctores y los artistas), y por otra parte debido a que no había ninguna teoría que no hubiera sido ya rebatida, refrita o rehogada al ajillo. Tal situación de falta de teorías, creaba un ambiente de hambruna del pensamiento, llegando algunos a contraer la tisis en el lóbulo parietal (que es el contrario al occipital). Pues bien, el tema de conversación recurrente durante esa época de falta de proteínas de la razón fue el protagonizado por el matrimonio Alpha. Esto no quiere decir que dicho matrimonio posea el nombre de Alpha, sino que prefiere mantener su anonimato para frustración de sus vecinos, que no podrán mantener divertidas conversaciones y chanzas matinales entre ellos mientras cortan sus respectivos céspedes (¿de verdad que el plural de césped es “céspedes”?) ni pasean a sus respectivas mujeres para que hagan sus necesidades. El tema de la familia Alpha fue sacado a colación como chascarrillo cómico en el último simposio sobre filosofía existencial, siendo la comidilla de todo el  excelso círculo de filósofos, asesinos en serie y jubilados que acudieron a escucharlo. Tal comidilla se bajó después con un vinito y canapés de caviar aderezados con un chorrito de nitrógeno líquido (NO3?). En fin, después de explicar la importancia que tuvo entre los filósofos, los asesinos en serie y los jubilados (estos últimos pasaron a ser difuntos tras ingerir los canapés) la historia de la familia Alpha, comenzaré, de una vez por todas, su redacción aplicando la energía cinética para aporrear las teclas de este teclado:

El matrimonio Alpha era en aquel tiempo, sin duda, uno de los más queridos y respetados en su barrio, que es el Bronx. Con lo de “queridos y respetados” quiero decir que no eran atracados cada vez que salen a la calle. El señor Alpha era un respetable Técnico en Socavones y Zanjas. Tal era la pericia y amor que ponía en su trabajo, que sus compañeros le llamaban El Rey de los Agujeros, lo que se podría malinterpretar en ciertas reuniones sociales de la clase baja, tomando tal mote como sinónimo de gran virilidad por parte (la parte que hay entre una pierna y otra) del señor Alpha. La señora Alpha por su parte, era por aquella época una feliz Licenciada en Tareas Domesticas y Culinarias, cuya tesis doctoral basada en la receta ancestral de la tarta de arándanos había sido aprobada con excelsa nota por parte de todo el jurado de comensales.

El matrimonio Alpha era, en la mayoría de sus acciones, igual que cualquier matrimonio. Acciones entre las cuales destacan la de discutir, veranear y hablar del nuevo peinado de la señora Lovelook, la vecina de enfrente, sí, esa mujerona que se cree aún que vive en la adolescencia y agasaja a los jovencitos con miradas arrebatadoras. En fin, todo era normal en esta corriente familia, salvo en un hecho: después de veinte años de matrimonio, los Alpha gozaban aún de una atrevida y apetecible vida sexual. Tal caso, tan ímprobo en nuestros días, se debía a la gran admiración hacia la filosofía kantiana, la cual era artífice de una gran compenetración por parte de ambos en materia de cama. Aquello se debía a que nunca habían incurrido en la negación de tales ideas, tan arraigadas en ellos. Tal es el amor que se profesaban que cuando el señor Alpha pidió la mano de la señora Alpha en un patatal, aludió a que era su deber moral el alabar tal belleza intelectual. Otros vecinos, como el octogenario matrimonio Strong habían cambiado sus ideas por renovadoras prácticas de sexo tántrico, Kamasutra, pollo al curri y otras  modalidades orientales que resultan especialmente saludables para los problemas óseos y de articulaciones propios de esa edad. Los Alpha, sin embargo, creían firmemente que llegarían a la senectud en un maravilloso estado de continuar con sus particulares posturas ideológicas, a la par que criticaban las posturas (estas no tan ideológicas) del matrimonio Strong aludiendo a que parecían un número circense de contorsionismo, además odiaban la filosofía oriental. “Nuestro secreto -confesó cierta vez el señor Alpha en una cena- es que convivimos en una relación aproximada al empirismo sexual, lo que nos da una libertad de pensamiento sin parangón en otras posturas ideológicas”. El matrimonio que acudió a la cena, los Kazzanky, eran, por el contrario Nieschtzianos, por lo que sus relaciones íntimas rozaban el sadomasoquismo y el narcisismo hasta tal punto que el señor Kazzansky le pedía a su mujer que le azotara con lenguado (que es un pez de la familia de los gasterópodos) y trascendiera sobre su cuerpo desnudo. Esta deshonrosa práctica se denomina nazismo y, de forma más oficiosa coprofilia. Ni que decir tenemos, que el matrimonio Alpha nunca estuvo tentado a probar esta modalidad, debido en parte al propenso hábito de estar estreñido del señor Alpha, y en parte también a que tras realizarla, la gente solía decir que se sentía sucia por dentro (y no digamos por fuera).

Todo parecía ir bien en el matrimonio Alpha, tan racionalistas y a su vez tan empíricos ellos. Nunca pecaron de pasar de su tierno empirismo al puro marxismo, pues en las relaciones marxistas carecían de propiedad, lo que se suele llamar “parejas de intercambio” en las esferas mas intelectualistas. Además, en esas relaciones suelen robar muy a menudo en casa por ese mismo motivo, y por su manía de dejarse las puertas abiertas. Los pocos marxistas que contraen matrimonio queman después la iglesia y confinan al sacerdote en un gulag. Como ya he dicho, todo parecía ir bien, hasta que un buen día, mientras realizaban el acto sexual, a la señora Alpha le dio por llegar al clímax recitando Así hablaba Zaratrusta en catorce versos de rima consonante, de los cuales dos estrofas eran cuartetos y otras dos tercetos: lo que los sexólogos denominan “soneto” y los poetas de verso libre “basura pseudo-intelectual”. Ella siempre había llegado al placer recitando joyas realmente eróticas a oídos de su marido como: “Los científicos se ponen de acuerdo en sus teorías y conclusiones, mientras que los metafísicos se encuentran en permanente desacuerdo”. Aquello hacía sentir cosquilleos en la barriga al señor Alpha. Cosquilleos a los cuales la ciencia dio una explicación racional hace decenios: “son mariposas que revolotean en el estómago”. Por eso, aquel día el señor Alpha se sintió horrorizado y tuvo lo que los filósofos llaman “gatillazo”,  los amigos íntimos “te estás haciendo viejo para tanto trote” y los poetas de verso libre directamente “basura pseudo-intelectual”. Su mujer, sin perder un instante, acabó la faena leyendo un ejemplar de Más alla del Bien y el Mal (que el señor Alpha utilizaba como lectura de retrete cuando padecía sus horribles ataques de estreñimiento) teniendo un orgasmo cósmico que rozaba el misticismo. “¡Con Kant nunca había llegado a experimentar tanto placer!”, se dijo el señor Alpha. Llegó a la conclusión de que su racional y a la vez empírica  mujer había ocultado secretamente el deseo de realizar prácticas más duras, de esas de cadena, bozal y fusta, tan de moda entre los jóvenes por aquel entonces. A partir de aquel episodio, la señora Alpha se interesó por los más radicales filósofos, de Platón a Hitler pasando por Jesucristo.

 En su desolación (una desolación propia de un existencialista), el señor Alpha pensó en complacer a su mujer intentando convertirse en el Superhombre Niechtziano, pero se pasaba mucha hambre con el régimen bajo en calorías que imponía tal hazaña, aparte de tatuarse una esvástica en el pliegue de la axila derecha para hacerla ver al saludar al panadero judío de la esquina. Fue entonces cuando recurrió al saber popular, tan indolente y simplista. Se decía que tenían una teoría infalible para hacer llegar al clímax a las mujeres llamada Teoría de la Estimulación Clitoriana. El señor Alpha supuso que tal teoría había sido, seguramente, formulada  en el siglo () por el filósofo griego Clitorio, que se había mostrado a su vez opuesto a los filósofos ablacionistas de Oriente Medio. Y como la filosofía oriental, del Zen a Sushi, le hacía rechinar los dientes (incluidos molares y caninos), preguntó sobre el tema a un compañero suyo: “Oye,¿Sabes algo de la Teoría de la Estimulación Clitoriana?”, le preguntó. “¡Por supuesto- le contestó el otro- yo la realizo con la lengua!”. Contento con esa respuesta, el señor Alpha regresó a su casa y tras entrar por la puerta y quitarse el sombrero, comenzó a lamer a su mujer por la cara, los brazos y los globos oculares. Tras el segundo lametón en el ojo izquierdo, el señor Alpha pensó que había tenido éxito y que había llevado a su mujer al clímax, pero sólo era un acto reflejo del párpado cerrándose, al que siguió una patada en la entrepierna y un puñetazo en la dentadura. El señor Alpha, viendo que ya no podría rechinar más el molar derecho superior, pensó abatido: “La juventud está perdida con estas nuevas prácticas sexuales ¿Qué será del amor?- y añadió- ¡Maldito chovinismo!”, pues todo era culpa del chovinismo, por supuesto: tan fea palabra solo la podían haber inventado los franceses.

¡Pobre señor Alpha! ¡Se sentía kafkiano! Se sentía tal y como Gregor Samsa al convertirse en zapato de tacón alto (¿o era en tocador de señoras? Ya ni lo sabía…). No le había bastado a la señora Alpha el Empirismo heredado de Hume mezclado con el Racionalismo de Leibniz y cocidos ambos a fuego lento durante diez minutos… Ella se había pasado al radicalismo más exacerbado y, en su defecto, más exacerbante. Se había vuelto arisca y había dejado de dar limosna los domingos en la iglesia  para pasar a decir: “¡Dios no existe, yo maté a Dios!”. Incluso los Kazzanky, aquel Nietchziano matrimonio, expresó su más absoluto terror ante tal cambio ideológico. El señor Alpha se consoló pensando que al menos su mujer no había tomado la senda del Stalinismo, pues de ser así la iglesia ya estaría ardiendo. El pobre marido, indefenso, rebuscó en su biblioteca personal y en las de sus vecinos, llegando a encontrar un libro titulado Las zonas erógenas: dónde se encuentran, cómo conocerlas y cómo mantener una conversación con ellas, y aunque el título prometía, el señor Alpha lo dejó donde estaba porque aquel acto rozaba la cleptomanía. Harto de buscar soluciones y no encontrarlas, el señor Alpha se dejó aconsejar por una experta en orientación sexual que se anunciaba en el periódico. Para su sorpresa, la cita fue concertada a las doce de la noche, lo cuál hizo preguntarse al señor Alpha sobre el porqué de  lo intempestiva que era esa hora. Atribuyó tal hecho a que el meridiano de Greenwich daba tres vueltas a la manzana hasta llegar al barrio de aquella mujer, lo cual era sólo un problema de discrepancia horaria entre un lugar y otro. Al llegar al lugar indicado llamó a un portero automático y subió unas escaleras. Le recibió una joven señorita en bata. “Será una de aquellas chicas de gran coeficiente intelectual de las que dicen que se gradúan muy jóvenes”. El señor Alpha entró en la casa y la joven cerro la puerta a sus espaldas. “¿Qué quieres hacer?”, le preguntó la joven. “Quiero satisfacer a mi mujer, pero no sé cómo hacerlo. Verá, señorita, ella y yo éramos acérrimos seguidores de las relaciones kantianas… pero ella se ha vuelto Niestchziana”. “No he entendido ni una palabra- le dijo la joven- pero yo sé como enseñarte a hacer feliz a tu mujer.” Acto seguido se desanudó la bata, la cuál se deslizó por sus jóvenes hombros, sus jóvenes (pero firmes) pechos, su joven cintura y, para finalizar, trazando una elipsis perfecta basada en la teoría de la gravedad de Newton mezclada con la de la relatividad de Trotsky, cayó a sus jóvenes pies. Al principio el señor Alpha se asustó, pues no había visto a una mujer desnuda en su vida y pensó que aquella joven era un castrati cuya grasa se había alojado solamente en sus pectorales. Después comprendió el porqué de muchas cosas que no entendía y recordó cuando, de niño, le preguntó a su padre: “Papá, ¿los niños vienen de París?”, a lo que su padre contestó: “De París sólo vienen las mentiras y los franceses”. “¿Y los Reyes Magos? ¿Vienen de Oriente?”, volvió a preguntar el inocente joven. A lo que su padre respondió con su habitual forma de ver el mundo: “De oriente sólo vienen las bombas”. Aquellas respuestas fueron las que marcarían de por vida al señor Alpha y le convertirían en aquel tipo formal que ahora era. Pero en aquel momento, con aquella joven allí desnuda, se replanteó todas sus ideas, creencias y maneras de solucionar el cubo de rubik en una discoteca de luces de colores parpadantes. Tras mover los engranajes de su raciocinio (tuvo que engrasar uno de ellos, pues hacía tiempo que no lo usaba), comprendió que aquella joven enseñaba a sus pacientes la práctica del sexo para ahondar así en el conocimiento de una manera más técnica y realista. Supuso  que sería una especie de científica de la sexualidad, una enóloga, así que se pusieron a ello y el señor Alpha encontró sumamente gratificante aquello de hacer el amor sin la ropa puesta, cosa que nunca había experimentado con su querida mujer y, llegó a comprender con tremenda exactitud aquello que le dijo su padre una vez: “De París sólo vienen las mentiras y las bombas”.

Cuando regresó a casa, más satisfecho que un niño con un fusil y un maestro enfrente, cogió a su mujer del talle y la guió al lecho nupcial, la tumbó encima (del lecho, no de él, aunque también) y empezó a practicar todo aquello que le había enseñado aquella joven por treinta dólares, a la que prometió regresar pronto para otra sesión de lo que ella denominó “follar” y que el señor Alpha supuso, sería algo así como el coito sin amor. Pues bien, aquella noche los señores Alpha “follaron”, practicando del cunnilingus al francés pasando por el griego, el español y el chino mandarín. Incluso llegaron a practicar alguna que otra lengua muerta como el sumerio, el acadio, el hitita o el elamita, con la cuál ambos gozaron como nunca. Finalmente, esta vez, la señora Alpha recitó la Critica del juicio kantiana en esloveno, lo cual le pareció la mar de excitante al señor Alpha. De nuevo su mujer volvía a ser aquella joven que hace tantos años le sedujo con aquella bella frase que le acabaría enamorando: “En la antinomía de la razón pura especulativa encuéntrase una contradicción semejante entre la necesidad natural y la libertad, en la casualidad de los sucesos del mundo”. Recordaría esa frase el resto de su existencia.

Al poco tiempo, los integrantes del nuevamente feliz matrimonio Alpha se dedicaron a “follar” cada día varias veces, hasta conseguir un increíble dominio de todas las lenguas conocidas y por conocer (a ellos se les atribuye la invención del vasco, denominado también vascuence, euskera o congoleño, dependiendo del territorio en el cuál se hable). Finalmente, los señores Alpha se hicieron políglotas, que nada tiene que ver con el sexo oral aunque lo parezca, y se fueron a vivir a un país subyugado por un régimen socialista bajo en grasas (y en carbohidratos,  y proteínas, y en comida en general) en el que fueron felices y se dedicaron a “follar” más mientras compaginaban esa labor con la de traductores. Entre las más de dos mil traducciones que realizaron, destacaremos la traducción del Mein Kampf al hebreo y la de las Sagradas Escrituras al árabe, con lo que como ya podrán ver ustedes, marcarían una época tan grandiosa en la literatura que desembocaría en el gran acontecimiento histórico que fue la Tercera Guerra Mundial, donde se jugó a las cartas y al parchís entre batalla y batalla, hecho por el cuál, los dirigentes del todos los países del mundo cambiaron el Día del Soldado Desconocido por el Día de los Juegos de Mesa, festividad la cual se sigue celebrando jugando al veo-veo en silencio en honor a los caídos. Los héroes de guerra, tanto mutilados como no, también participan jugando a las cartas y siempre acaban riéndose  y bromeando sobre los viejos tiempos al preguntar alguno: “¿Quién da la siguiente mano?”.

En aquel propicio ambiente de abundante paz y felicidad, el matrimonio se dedico a formular nuevas teorías filosóficas que rebatieran, refritaran y rehogaran al ajillo todas las anteriores, empezando por la ya clásica “De París sólo vienen las mentiras y los franceses”. Tal fue el rotundo éxito de sus renovadoras ideas, que un mes después una cigüeña les traería un bebé de Oriente con una bomba bajo el brazo, formulando así otras dos nuevas verdades universal: “Los niños no vienen con un pan bajo el brazo y los reyes magos solo existen en el telediario. Igual que los políticos”.

¿Y que fue de los Stronk, aquel matrimonio octogenario que practicaba sexo tántrico y Kamasutra?, se preguntarán ustedes. Pues bien, los Strong ingresaron en el Cirque Du Solei como contorsionistas. Ahora son los contorsionistas nonagenarios más reputados y admirados del mundo. ¿Y qué ocurrió con los Kazzanky, aquel matrimonio Niestchziano que rozaba el sadomasoquismo?: ellos se convirtieron al budismo y ahora conviven en armonía y muertos de frío en una montaña vestidos ambos naranja-prófugo bebiendo té y haciendo sonar diminutas campanillas con el místico fin de escuchar cómo suenan para ver si pasan el control de calidad.

Por cierto, el asesino en serie que acudió al simposio de filosofía y que echó una gotita de nitrógeno líquido en el vino, se convirtió en un importante chef de vanguardia, admirado por tus comensales (tanto por lo que quedan vivos como por los que murieron en el intento) y condecorado con el doctorado honoris causa por la penitenciaría de Pennsilvania.

Ahora, para amenizar el final de mi veraz relato, les contaré un chascarrillo que está últimamente  muy en boca de todos en la mayoría de conferencias, simposios, conciábulos y orgías filosóficas (en eso último hay más cosas en boca de todos, aparte de chascarrillos) relacionado con el estrabismo ocular de Jean Paul Sartre: “¿Cuántos libros escribía Jean Paul Sartre de forma consecutiva?...Dos: uno con cada ojo”.

Para terminar, les emplazo a la lectura de la próxima obra literaria de mi colega y gran escritor, el señor Martin Kappfravokinsky, la cual será la biografía de Ortega y Gasset, dos grándes músicos de folk contemporáneos a Simon y Garfunkel que grabaron discos tan exitosos y controvertidos como La rebelión de las masas, obra cumbre de la Canción Protesta de los años 60.

Y recuerden, cómo dijo Parménides: “Ser es, no ser no es”. Ahí es nada.


Jorge de la Torre Jáñez (Martes 6-VIII-13 Anno domini)