martes, 7 de agosto de 2012

Esa chica de Ojos Tristes (Cuento)

Capítulo 1
   Su vida se resumía a una cosa: a nada. Se contentaba con ver el amanecer tras la ventana cada día. A estar un día más en un mundo que, aunque no le gustaba, aguantaba estoicamente, ignorando todo el dolor provocado por vivir en él, donde nadie le comprendía ni quería comprenderle.
Se recorba desde la más tierna infancia como un chico solitario. Sin más compañía que su mundo interior, plagado de preguntas sin respuestas que se formulaba sin descanso. La mayor pregunta que nunca supo responderle su corazón, su interior, fue que papel desempeñaba en el mundo, ese al que tanto temía.
No sabía su papel en el mundo, pero tampoco se buscaba uno en el cual adaptarse. No sería hasta mucho más adelante, cuando le sería revelado el gran enigma de su ser. ¿Porqué estaba allí?
Tal vez él estaba allí porque estaba ella.

Capítulo 2
   Dicen que el amor no viene de golpe. Que, como todo, es fruto de otros sentimientos o de ciertos actos: de una buena amistad, de una conversación o incluso de una mirada a tiempo. Dicen también que el roce hace el cariño, y que el cariño se convierte con el tiempo en un amor tierno y puro. Se dicen tantas cosas... pero de lo que nadie se da cuenta es de que Amor es una palabra, una idea, un sentimiento cuya definición, día de hoy, sigue siendo inexplicable. Hablan del amor de pareja, del amor de amigos, del amor de madre...pero no del amor como concepto individual. Es como si quisieran separar un solo concepto en varias ramas. Pero es algo lamentable. Es estúpido pensar que una pareja de enamorados puede quererse más que una pareja de amigos... El amor es un sentimiento universal. No se puede diferenciar un tipo de amor de otro. La respuesta es sencilla: o amas o no amas, independientemente de quien sea el destinatario de tal sentimiento de cariño...

   Cuando la vió por primera vez supo que sentía algo por ella. Estaba sentada en un banco del parque, sola, radiante, hermosa, no aparentaba más de veinte años. Su largo pelo castaño refulgía como fuego bajo el tímido sol del otoño. Vestía minifalda, un jersey negro a juego con las medias y unas botas, también negras. Su pálida tez rivalizada con las nubes que a ratos ocultaban el sol. Estaba con el móvil entre las manos, escribiendo un mensaje, supuso Jorge y, aunque tenía la cabeza agachada y los ojos fijos en el teléfono, imaginó una preciosa mirada llena de luz y sueños por cumplir.

   No podía dejar de mirarla y ella, sintiéndose observada, levantó la cabeza y posó los ojos en los de él. Dicen que el amor no viene de golpe sino, por ejemplo, con una mirada a tiempo. Que un par de pupilas pueden abrir el corazón del más cuerdo y volverle loco de por vida... pero este no fue el caso. Pues los ojos de aquella muchacha solo eran un espejismo de lo que habían sido. Su luz había sido arrebatada sin piedad y los párpados se presentaban ojerosos y cansados. Era una mirada muerta. Jorge sintió pena y decepción, luego bajó la mirada, pues fijarse en esos ojos le hacía sentir una tristeza inmensa. ¿Qué podría ser aquello que tanto preocupaba a ese angel de ojos tristes? ¿Cómo podía ser el mundo tan cruel con un ser tan sensible y perfecto como ella?

   Una voz susurrante y dulce como las olas de un mar infinito llegó a los oidos de Jorge: “Perdona... ¿te pasa algo?” Las palabras le llegaron de muy lejos, aunque quien las habia pronunciado estaba a unos metros de él.

   Una voz dulce, susurrante, como las olas de un mar infinito, pero también una voz ahogada en la tristeza y en la soledad. Una voz cubierta de desengaño. La voz de ella.

Capítulo 3
   “Solo me preguntaba si podía sentarme” acertó a decir Jorge tras un momento de pánico. ¡Le había hablado a él! Podría haber contestado cualquier otra cosa: por ejemplo, que su carita le parecía preciosa, por ejemplo que acabada de ver en ella lo que nunca vio en ninguna, por ejemplo que la quería y punto. Pero no, no podía decirla que la quería. Al fin y al cabo ¿Cuántas veces se ha confundido el amor con el deseo? Finalmente optó por la respuesta más simple. Además en realidad...sí que quería sentarse junto a ella, así que no era ninguna mentira.
   Ella esbozó una tímida sonrisa. Al instante Jorge supo que esa sonrisa era totalmente fingida. Como un maquillaje del alma al que se aferraba para no dejar ver a nadie que su corazón estaba negro y que, aunque todavía latiera, lo hacía por puro cansancio, porque también estaba muerto.
   A Jorge le dolió esa sonrisa dentro de su pecho. Deseó que acabara pronto. Que ella se marchara para no verla fingir. Que se fuera ella sola con su dolor. Pero no podía hacer eso. Ella había compartido con él su dolor, fuera cual fuera. Esa sola mirada teñida de desilusión había bastado para sentir algo por ella. Podría haberla abandonado, haberse marchado de allí, y ella no hubiera dicho nada. Simplemente habría seguido escribiendo su mensaje en el móvil sin que el resto del mundo la afectara lo más mínimo. Podría haber desaparecido para siempre... pero no lo hizo. La respuesta a este hecho era de lo más esclarecedora: ella ya había entrado en su vida.

Capítulo 4
   Tenía un periódico gratuito abierto de par en par. pero no lo estaba leyendo. Su mirada iba de las letras impresas al cabello de la chica sentada a su lado. Tras el pánico momentáneo y hacer un acopio indescriptible de valor, se había sentado en el banco y, buscar un motivo creible para acomodarse ahí que no fuera el cansancio, decidió abrir el periódico que había cogido de algún sitio que ahora no recordaba e intentar leerlo. Y lo intentó... pero el deseo de mirarla era más fuerte que las noticias que se sucedían sin descanso en el diario. Nada importaban las guerras, las epidemias, el hambre ni el maltrato si ella estaba a su lado.
   Los minutos pasaban y él estaba cada vez más perdido en sus sentimientos. Ella, mientras tanto, posaba la vista en el suelo.Había dejado de teclear el mensaje, pero seguía mirando de vez en cuando su móvil, que no había soltado en todo aquel tiempo, como a la espera de una señal divina.
   El caso es que, divina o no, la señal llegó, pues el móvil empezó a sonar estridentemente en el tranquilo parque. Un grupo de gorriones que picoteaban cerca echaron a volar asustados. El teléfono no sonó mucho tiempo, pues ella lo descolgó al instante y se lo pegó a la oreja. No dijo, como se suele decir: “¿Sí?”, o “¿Diga?”, ni siquiera “¿Quién es?”, pues ella ya sabía quien era y, por lo que pudo vislumbrar Jorge en su rostro, deseaba y temía esa llamada. Era como si la hubiera estado esperando. Una señal que cambiaría su destino. De pronto Jorge la imaginó en el mismo banco de aquel parque, día tras día, noche tras noche, lluvia tras lluvia, tiritando, solo por oir la voz de la persona que la llamaba al otro lado del teléfono. Jorge comprendió que eso sólo podía significar dos cosas Amor o Muerte. O, quien sabe si la muerte del amor.

Capítulo 5
   Solo se oían difusas palabras tras el teléfono. Ella no hablaba. Sólo escuchaba la conversación ella dijo: “Te quiero”. La conversación continuó y ella volvió a decir “Te quiero”. Parecían gritos lo que sonaba al otro lado de la línea telefónica. Ella volvió a decir “Te quiero” y de pronto todo cesó. La persona al otro lado del teléfono había colgado. la conversación había acabado. Miró la pantalla del móvil, como esperando una nueva señal. Como esperando que todos los pájaros del mundo levantaran el vuelo asustados por el sonido del teléfono. Pero comprendió que esa señal no llegaría nunca más. Se había marchado de su vida y a cambio un extraño se había sentado a su lado a leer el periódico... y a mirarla. Se había dado cuenta desde el principio. Era instinto femenino. Tenía ganas de llorar, de gritar, de morirse, pero aquel chico que la miraba... no, no lloraría delante de él. Ni gritaría. Ella, como él antes de sentarse, podría haberse marchado de allí y él no hubiera dicho nada. Simplemente la habría seguido con la mirada y con una duda en el corazón. Ella, como él, podría haber desaparecido para siempre... pero tampoco lo hizo. Él ya había entrado en su vida.

Capítulo 6
   Jorge sintió un irrefenable impulso de abrazarla. De apretarla contra su pecho, de apoyar su carita de angel sobre su hombro, de acariciarla su pelo castaño que brillaba como el fuego... de susurrarla al oído las mentiras más hermosas del mundo: como que había muchos hombres en el mundo que estarían encantados de dar su vida por ella. Mentiras como que él volvería, que la trataría como es debido. Mentiras como que aún había tiempo para enamorarse de nuevo, que el principe de sus sueños llegaría. Podría haberla susurrado mil mentiras... pero la verdad nunca habría salido de sus labios: la verdad de que la amaba con locura y que le dolía lo más profundo del alma al verla así. Sin embargo no la abrazó, ni apoyó su carita en su hombro. Ni la susurró al oido las mil mentiras del mundo. Ni la verdad más secreta de su corazón. Simplemente esperó, quien sabe si una señal divina o un pájaro volando. Porque lo peor de las mentiras, es cuando te las crees.

Capítulo 7
   La misma voz susurrante, la misma dulzura, el mismo mar infinito de olas calmas volvió a resonar como una explosión en sus oidos: “Son todos unos cabrones ¿Verdad?” Además de la tristeza, esta vez también notó un tinte de amargura en su voz. Podría haberse imaginado en un millón de preguntas, pero nunca se hubiera esperado esa. “¿Perdón?” -dudó, sin quedar claro si lo hacía por lo inesperado de la pregunta o porque no sabía si le estaba hablando a él.
   “Que son todos unos cabrones” - repitió ella, y le miró a los ojos. Él se asustó. Vió unos ojos marrones,preciosos, pero a la vez llenos de negrura. “¿Quienes son unos cabrones?” - preguntó él intentando mantener la compostura y esbozando una falsa sonrisa de compresión en un intento de trasmitir seguridad. “Los hombres: que son todos unos cabrones” - dijo, y volvió a bajar la mirada, como con vergüenza de decirle aquello a un desconocido que, además, era hombre. Un cabrón como los demás seguramente. “Seguramente, no sé” - contestó al fin. ¿Qué otra cosa podría decir? “Si no lo comprendes -volvió a hablar ella- te diré lo que pienso de los hombres: Los hombres sois estúpidos. Nos enamorais con mentiras, nos prometeis cosas que nunca cumplís, nos usais para calentaros cuando teneis frío y luego cuando os cansais de mentir, de prometer y ya no teneis frío, nos abandonais sin pensar que nosotras ya no tenemos corazón porque os lo hemos entregado por completo a vosotros. Jorge miró al suelo pensativo. En los tiempos que corría esa explicación era completamente cierta, pero le vino a la mente otra cosa: “¿Y las mujeres qué? ¿No sois algunas igual? ¿Qué os aprovechais de los hombres que están coladitos por vosotras para luego decirles “podemos ser amigos ¿me invitas a un helado?”.
   Ella rió, esta vez su risa fue verdadera, pura, no una máscara. Luego, tras ese breve instante en que mostró su rostro radiante, volvió a ponerse seria. “Puede que tengas razón. Puede que nos aprovechemos de vosotros cuando os volveís tan pateticamente locos por nuestros huesos. Puede incluso que os rompamos el corazón. Pero hay algo que los malditos hombres sí hacen y nosotras no. Nosotras nunca decimos “te quiero” si no lo sentimos de verdad.”.
   Jorge la miró a los ojos, a sus tristes, pero tan bellos ojos. ¡Cuánto daría por verse reflejado en aquellos ojos el resto de su vida!. Luego dijo: “Entonces, en el momento en que eso ocurre es cuando los hombres debemos elegir entre el amor o la amistad ¿no?” “Exacto” -contestó ella sonriendo- “Lo malo es que si os empeñais en elegir el amor lo llevais claro” -y lanzó una carcajada que sonó como una caricia sorda. Él siguió con la mirada fija en sus ojos, intentando desesperadamente penetrar en ellos hasta llegar a sus pensamientos. Luego habló: “¿Y no crees que la amistad también es una forma de amar?” Y al fin, vió la duda de su pensamiento reflejada en sus pupilas. “Sí, claro”. “Entonces yo te amo”, sentenció él.

Capítulo 8
   Había nacido la confianza entre ellos dos. Entre dos desconocidos. Ella le contó que llevaba casi tres años viviendo en una continua mentira. Que su pareja era infiel, que ella lo llevaba sabiendo todo el tiempo y no se lo habia dicho, que se lo habia perdonado... y lo peor, que hubiera estado dispuesta a seguir perdonandole si hubiera seguido con ella. Pero sus celos fueron más fuertes y le confesó que lo sabia. Que sabia que ella era una más, pero que aún así, le amaba. Discutieron. Hubo lágrimas y gritos. Lágrimas las de ella, gritos los de él... y todo acabó y se quedó como antes de empezar: en nada. pero con un vacio en el alma y en el corazón de ella que nada ni nadie podrían sustituir nunca. Ella había intentado volver con él por todos los medios, y esa tarde también lo había intentado escribiéndole aquel mensaje. Pero como contestación, él dió el último portazo a su relación.
   Luego ella le pidió a Jorge que le hablara de él mismo. Él la contó que era hurfano estaba en paro. Que había dejado los estudios, vivía con su tía, que además no le quería. Le dijo que estaba desesperado, que si no encontraba pronto un trabajo no sabría que sería de su vida. Ella posó la mano sobre su hombro y le animó: “Seguro que pronto encuentras algo. Ten esperanzas”. Podría haberle seguido diciendo mil mentiras como esta, todas bellas e imposibles, pero lo único que salió despues de sus labios fue: “No nos hemos presentado aún, yo soy Patry”. “Yo me llamo Jorge” -dijo a su vez Jorge- “Encantado de conocerte” “Igualmente”.

Capítulo 9
   Estuvieron hablando de algunos temas sin importancia durante un rato, hasta que ella hizo la pregunta definitiva de aquella otoñal tarde: “Oye -dijo- de todos los bancos del parque... ¿Porqué has tenido que sentarte en este?. Jorge sintió enrojecer hasta las orejas y bajó la mirada avergonzado, y la verdad que se callaba pesó más que las mil mentiras que le hubiera susurrado al oido de haber podido. No contestó, pero ella sí: “Venías a decirme que eres mi principe azul y todo eso ¿no? Que me merezco a alguien mejor y que ese alguien eres tú. Venías a eso ¿no? Él no contestó, pero se puso todavía más rojo. “En fin -dijo ella riendo- ¿Ves cómo al final todos sois iguales? Solo vais a lo que vais”. “He cambiado de opinión” “¿Ah sí? ¿Y que te ha hecho cambiar de opinión?” “He comprendido que tu corazón está ocupado. Que no puedo pretender ser lo que no soy, y que además no me conoces aún no me conoces... ni yo a ti”. “Ya habrá tiempo para conocernos” -dijo ella, y acto segido le dió un papelito con algo apuntado- “éste es mi número de teléfono”. Jorge le dió el suyo. “Bueno, -dijo ella con esa sonrisa tan radiante- pues podemos ser amigos... ¿me invitas a un helado?”
   Ambos rieron con la broma, pero en el fondo Jorge intuyó que  no era sólo una broma, por lo fueron a un kiosko de halados y la invitó. Las personas que pasaban por su lado les miraban extrañadas: ¡Una pareja comiendo helados en pleno otoño!

EPÍLOGO
   El mundo seguía girando a su alrededor. Nada importaba. dejaron en el banco el periódico, lleno de muertes, guerras, epidemias y hambre... y nada importaba. Cada uno arrastraba su cadena de pesares, pero compartiendo el peso, las penas pesan menos. Podrían encerrarse en su burbuja de mentiras.
   Ella nunca le diría “te quiero”, aunque en el fondo lo sintiera. Seguiría fiel a sus principios de mujer. No quería reconocer que le quería.
   Él por otra parte, nunca le contaría el motivo por el que fue al parque esa tarde. No le contaría que tras pensarlo muco había decidido quitarse la vida. Que había elegido ese parque como último lugar que recordar antes de morir. Que habría seguido con su plan hasta que había aparecido ella para decirle, con su historia que todos sufrimos, que hay que aprender a perdonar hasta a uno mismo y que la vida sigue, que el mundo gira, que hay guerras, hambre, epidemias... pero que también, muy de vez en cuando, hay amor. Sí, esa palabra tan extraña. Ese sentimiento tan dificil de sentir y de comprender.
   Amor: es cuanto al significado de esa palabra Jorge lo tiene claro: “El amor son dos soledades que se juntan para andar un mismo camino”
Quién sabe que les deparó el destino.
Mi Amiga

(19 a 20-II-11)

“En este relato quise definir el amor, no como un
sentimiento de pareja, de amistad o familiar, sino como
algo universal, capaz de mover el mundo, de parar
las horas, los minutos,, los segundos, y capaz
de devolver a un corazón solitario las ganas de latir”

...para Patry

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